Marisa Iturralde
Nací dentro de una familia
humilde. Yo era la pequeña de tres hijos, los dos mayores eran chicos. El ser
mujer en mis tiempos me marginaba mucho. Yo no podía hablar, no podía opinar, yo
tenía que ayudar en todas las tareas
en casa, hacía los recados, etc. ¡Sólo
por ser mujer! No podía discutir con mis hermanos, pues ellos al ser varones
tenían siempre razón. Esas
circunstancias me hicieron una niña acomplejada, llorona, tímida e insegura.
Siempre que yo quería decir algo la contestación era: “tú
te callas que tú no sabes” o “tú
cállate que eres una chica”. Mi padre se ganaba la vida tocando el acordeón por
las plazas y vendiendo coplas. En algunas temporadas, mi
madre le acompañaba cantando y recorriendo las plazas de muchos pueblos de
España.
En ese tiempo quedábamos al cuidado de mi
abuela. No puedo decir que fuera una niña feliz, aunque mi abuela la recuerdo
con mucho cariño. Mi madre por otra parte era una mujer enferma de los nervios y
nunca sabía si iba a estar de buenas o malas. Así era mi
vida antes de tener la oportunidad de conocer a Cristo, y sin meterme en muchos
detalles.
Mi madre se había criado con su abuela y ella
siempre le había dicho que la única verdad era Jesús. Nunca supe de donde le
venia a mi abuela esa convicción, pues, por aquellos años todavía no había
llegado el evangelio a Alicante. Por esa razón mi madre tenía mucha fe en la Santa Faz y acudía a menudo a la ermita donde
le decían que había un pañuelo con la cara de Jesús. Un día, mi hermano mayor le
dieron un tratado en la calle, y vino a casa muy contento diciéndole a mi madre
que le habían hablado de Jesús.
A partir de ese momento empezamos a acudir a la
casa donde se reunían los primeros creyentes que hubieron en Alicante. Era un
planta baja, muy cerca de donde está la iglesia Bautista en
la plaza Pío XII. Así nos hicimos protestantes (que es como
nos llamaban). La vida no fue fácil y la convivencia escolar menos. Los vecinos
nos miraban como bichos raros. ¡Lo que nos faltaba, ahora aparte de pobres, no
éramos católicos! No quiero ni recordar como era mi vida en el colegio. Yo era,
según la directora, la pobrecita nena que no era católico-romana. La directora
se compadecía de mí porque pensaba que estaba condenada al
infierno. No comprendía como una madre podía consentir llevar
a la condena a su familia. (en el tiempo de Franco sólo se podía ser católico) La directora me llevaba cuando
terminaba el colegio a un convento donde ella se hospedaba, y las monjas me
estaban cosiendo el traje para que hiciera la comunión. Por fin intervino mi
madre (que a cabezona no le ganaba nadie) y me pude librar de las monjas, de la
directora y de la comunión.
Yo era feliz dentro de la vida con lo hermanos
de la iglesia, y tenía muchas amigas que fueron importantes para mí. Mis recuerdos de
la infancia cambian a partir de mi asistencia la iglesia. Recuerdo con agrado
todas las actividades en las que
participábamos: La Escuela Bíblica de Vacaciones, o salídas al campo en las fiestas. Empecé a sentirme feliz. Empezó a
renacer dentro de mí como una nueva vida. El conocer al
Señor hizo dentro de mí como un chaleco salvavidas que me inmunizaba de las burlas en el cole o que
los vecinos nos tuvieran como pobretones. Ya no me llegaban a herir las injusticias que
tenía que vivir, tanto dentro de casa como fuera, por ser
chica. Ni los cambios de humor de mi madre. Pronto aprendí a tener una relación.
No entendía, desde luego, el evangelio en toda su plenitud, pero me sentía feliz
y oraba al Señor por todo. Doy gracias al Señor por algunas de las peticiones
que le hacia, que nunca me contestó. ¡menos mal! Pero
estaban llenas de la inocencia de la
niñez y era maravilloso saber que lo tenía a El para escucharme. Di testimonio un domingo hace 51 años.
Recuerdo que di un salto en el banco donde estaba sentada y
me puse de pie, ese mismo año me bauticé.
Mi hermano el mayor murió cuando tenía 15 años. Yo siempre he pensado que
el Señor lo mando a este mundo para que nos trajese aquel día un tratado, y
cumplida la misión se lo llevó.
Por otra parte mi padre, no venía a la iglesia con nosotros, (el decía que la iglesia era para
las mujeres y los niños) pero siempre nos despertaba los domingos para que no se
nos hiciera tarde para ir a la iglesia.
Nos acompañaba sólo en
momentos especiales (Navidad, el día de la madre, o de excursión). Por fin dio
testimonio con 95 años y se bautizó.
Mi versículo favorito es “sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida”
(Ap.2:10). No voy
a decir que todo haya sido un camino de rosas. He tenido
momentos buenos y malos, pero mirando ahora hacia atrás, veo como el Señor me ha
ido sacando de cada dificultad y librándome de aquellas personas que por su
comportamiento podían haberme hecho daño. Son muchos años
en el Señor (55) y puedo decir a viva voz que siempre lo he
sentido cerca de mí. Él cambió mi vida. Las personas
que me conocen y conociendo ahora mis principios, pueden
ver que si no hubiera sido por el Señor, yo no sería lo que
soy y no estaría donde estoy. EL SEÑOR
SIEMPRE HA ESTADO A MI LADO. Y AUNQUE NO MEREZCO QUE
ME AME ¡ME AMA! Y ALGÚN DIA, POR SU MISERICORDIA, ESTARÉ EN SU PRESENCIA PARA TODA LA ETERNIDAD.
MI TESTIMONIO VISTO
MUSICALMENTE
Como contaba en mi
testimonio, empecé a escuchar el evangelio a la edad de casi 9 años. Mi padre,
como ya dije, se ganaba la vida tocando el acordeón (aunque él no había tenido
la oportunidad de estudiar música), así que tenía mucho interés en que sus hijos
pudieran estudiarla. Por esta razón teniendo yo 9 años me sacaron del colegio y
al igual que a mis hermanos, nos pusieron a trabajar para poder pagar a la
profesora. Como mi padre no encontró un profesor de acordeón (que es el
instrumento que él quería) empezaron mis hermanos con una profesora de piano. Yo
recuerdo que con 10 años me levantaba a las 7 de la mañana para ir a recoger el
periódico de la administración, y repartirlos a primera hora a los clientes. Mi
hermano mayor trabajaba con un zapatero remendón y el otro y yo, en un kiosco de
periódicos.
Cuando murió mi hermano el
mayor, yo tenía 11 años. Fue muy triste para mí, pues ha pesar del ambiente
discriminatorio que me rodeaba por ser chica, él siempre salía en defensa de los
más pequeños.
Al faltar mi hermano, mi
padre pensó que yo también podía estudiar música, así que ocupé su puesto con la
profesora. Mi padre tenía una visión más moderna de la situación y, aunque mi
madre era de la opinión de que las mujeres sólo teníamos que pensar en casarnos,
él me dejó estudiar. Yo como no me dejaban hablar, pues, no discutía, pero iba a
la mía. Por aquel tiempo (desde que murió mi hermano) la situación en la casa
fue a peor, mi madre se volcó más en el hijo varón que le quedaba y yo pues,
estaba ahí y nada más. Su carácter nervioso empeoró.
Ahora ya mayor, puedo
disculpar a mi madre, sabiendo que ella también había tenido una infancia
desagradable. Su padre murió pronto y ella no se pudo criar con su madre. Vivía
con su abuela, un tío (hermano de su padre) y la novia de éste.
Seguíamos trabajando mi
hermano y yo, y mis padres aprovechaban ese dinero para pagar a la profesora.
Pudimos comprarnos un piano, conociendo a un luthier que arreglaba gramolas y
las convertía en piano; nos costó 5.000 pesetas y las pagábamos poco a poco. Por
ese tiempo el pastor de nuestra iglesia se enteró de que, en la misión a la que
pertenecíamos (UEBE), habían abierto un plan para ayudar a chicos/as que
quisieran estudiar música, así que él nos recomendó y estuvimos recibiendo ayuda
por algún tiempo. Con 15 años ya empecé a tocar el órgano en mi iglesia, cantaba
en el coro, y empecé a sentirme importante. A esta misma edad pude acudir por
las tardes a una academia gratuita y aprender algo más.
Tuve varios trabajos y en
uno de ellos aprendí a escribir a máquina. Acabé siendo secretaria en un
despacho de abogados.
El conocer al Señor hizo que
pudiera tener una vida plena, aunque en casa no me dejaban expresarme, yo me
había formado un mundo interior, era como una pared que no dejaba pasar aquello
que pudiera dañarme o marcarme. No es que fuera una pasota y que todo me
resbalara, al contrario, era muy sensible y todo me dañaba. Pero tenía un amigo
nuevo. Gracias a El, soy lo que soy.
Recuerdo que en la iglesia
me reía mucho, tanto como lo que lloraba en casa. Con 18 años terminé mi carrera
de piano. Para terminar la carrera de piano pudimos comprar un piano algo mejor.
Luego empecé a estudiar canto. No es que tuviera un gran instinto musical, pero
como me gustaba la música y era algo que me dejaban, pues yo estudiaba. Recuerdo
que cuando cantaba, todos me decían que me callara, pero yo cabezona, estudié
canto. Cuando llevaba 2 años estudiando la profesora me dijo que yo no valía ni
para vender pescado en el mercado. Pero yo, como tenía por costumbre, no
discutía y seguía para adelante. Cuando terminé los estudios de canto, di un
recital y canté a dúo con la profesora.
Fui directora del coro, y me hice muy conocida como organista, cantante y directora en el mundo evangélico en toda España.
Hace como 43 años , se hizo en España una campaña evangelística y, como en Alicante éramos varios los que estudiábamos música, otras iglesias solicitaron nuestra colaboración, y yo vine a Elche para ayudar en la música. Cuando terminó la campaña me pidieron volver cada semana y hacer un coro, pues la iglesia tenía muchos jóvenes y les faltaba alguien que los pudiera dirigir. Así que me vine a Elche a la iglesia de la UEBE.
En el coro había un chico que se llamaba Tomás...Conocerle fue lo mejor que me pasó después de conocer al Señor. Ahora mirando para atrás, veo ¡cuán grandes cosas me ha dado el Señor!. Y doy gracias por todo lo que me dio y por todo lo que no me dio. Pues en todas las cosas he visto su mano protectora.
Bueno, nos casamos el 19 de Marzo de 1971, y hemos tenido 4 hijos maravillosos, que han sido un regalo del Señor cada uno de ellos.
Si no hubiera sido por el Señor yo podría ser una persona amargada y con muchos complejos. Pero no es así, y todo esto lo cuento (sin meterme en muchos detalles) para que los que me conocen puedan ver CUAN GRANDES COSAS EL SEÑOR HA HECHO CONMIGO, y recordando ese himno que dice: “SI NO HUBIERA SIDO POR EL SEÑOR, MI ALMA SE HUBIERA PERDIDO”. Y siempre pensando “TODO LO PUEDO (PUDE) EN CRISTO QUE ME FORTALECE (FORTALECIÓ).